La Palabra es clara en que debemos despojarnos de toda amargura, ira y enojo. Esto nos impide correr en libertad.

La amargura es personal Prov. 14: 10 y surge cuando no confiamos en la Soberanía de Dios en nuestras vidas, un ejemplo muy claro fue José, vivió lo indecible pero al final reconoció que cada lagrima tenía una razón de ser y fue dirigido todo su camino por Dios, Gn. 50: 20.

Para evitar albergar amargura hacia quienes nos hieren, debemos darnos cuenta de la gracia de Dios, eso nos capacita para perdonar. El Señor enfatizó tanto en el perdón porque es vital para nuestra libertad. Miremos a Cristo en la cruz, El si tenía razones para estar amargado pero no lo estuvo.

La amargura nos esclaviza pero el perdón puede librarnos. Nadie debería correr sin el.

"Quitense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo" Efesios 4: 31- 32

No perdonas a una persona solo por su bien, lo haces por el tuyo propio para poder ser libre. Tu necesidad de perdonar no es un asunto entre tu y el ofensor; es entre tu y Dios. Pero no olvides tampoco que el perdón controla tu dolor, no la conducta del otro.

O R A C I O N (Hagala de forma audible)

Señor reconozco que la falta de perdón amarga mi vida, es una carga que no quiero tener, ayúdame a liberarme de ella, quiero que entres en mi corazón, transformes mi vida, perdones mis pecados y me hagas una nueva criatura. Te acepto como mi Señor y Soberano, así tu harás lo mejor para mi como hiciste con José. Gracias por tu sacrificio, se que por el puedo tener mi salvación, además la liberación de todas mis amarguras. Amén.